Ella se llamaba Mumtaz Mahal, y era sobrina del emperador más poderoso de la India. Él se llamaba Shah Jahan, y era hijo del emperador. Ambos se enamoraron cuando aún eran niños y él le prometió que cuando fuera mayor, la desposaría. Al cumplir Shah 15 años, recibió de su padre como regalo su peso en oro y piedras preciosas y su bendición para desposar a Mumtaz. Diez años después, a la muerte de su padre, Shah se convirtió en el nuevo emperador.
Mumtaz le había dado 13 hijos y lo acompañaba en todo momento, incluso durante las largas campañas militares de conquista por sus amplios territorios en el lomo de un elefante. Estaban en una de estas campañas, cuando la reina murió al dar a luz a su último hijo… En su lecho de muerte, Mumtaz le pidió a su marido un deseo: que demostrara al mundo entero cuánto la había amado construyendo un palacio magnífico para su sepulcro. Y se hizo el milagro: miles de obreros y elefantes trabajaron durante 15 años acarreando el blanco mármol de Rajastán, a casi 400 kilómetros de Agra, para hacer realidad el sueño de la reina. Shah Jahan no escatimó ni una rupia de su inmensa fortuna y mandó construir un palacio de ensueño, de mármol blanco, cúpulas de las mil y una noches y paredes y techos finamente decorados con incrustaciones de piedras preciosas: rubíes de la India, turquesas del Tibet, Perlas de Ceilán, zafiros y lapislázuli de Afganistán, corales rojos y negros de Arabia…. Dos puertas gigantes de plata pura daban acceso al fabuloso sepulcro. Los jardines se engalanaron con cuatro estanques alargados, simbolizando los cuatro ríos del paraíso musulmán.
A los pocos años de hacer realidad el sueño de su mujer, Shah Jahan, deprimido, fue destronado por uno de sus hijos, quien lo mantuvo preso en una torre. Su único consuelo era que desde esa torre, podía contemplar la tumba de su querida esposa… Antes de morir, Shah Jahan pidió a su hijo que le concediera un último deseo: descansar en el palacio de mármol junto a su amada Mumtaz. El deseo fue concedido. Desde entonces, como escribió el poeta Rabindranath Tagore: el Taj Mahal es una lágrima en la mejilla del tiempo.